Su apodo era Nunuche, no sé porqué, y vivía de trabajos casuales. En su cara, la nariz destacaba, hinchada y, como bebía mucho vino, violeta. No obstante, tenía reputación de trabajar bien y barato, cuando estaba sobrio.
Por eso , le contraté para empapelar mi cocina con empapelado floreado. El primer día, Nunuche empezó bien y terminó dos paredes, las flores creciendo hasta arriba. Al día siguiente, cuando regresé a casa, Nunuche apestara a vino y en las dos otras paredes, las flores crecían hasta abajo. Así mi cocina, sobre ser muy original, era capaz de volverme bizca.
Pues un secto religioso que trataba de establecerse en nuestra isla decidió rehabilitar a Nunuche. Le compraron ropa nueva y le enviaron a Francia para desintoxicarse. Nunuche volvió un hombre transformado, con excepción de su nariz. El secto se fanfarroneaba, y sin duda esperaba a muchos convertidos, pero por desgracia, Nunuche no tardó en echarse a beber más que nunca, su nariz alcanzando proporciones y colores fenomenales. Bruscamente el pobre Nunuche expiró.
Hoy en día, mi hija y su marido viven en la antigua casa de Nunuche, que han renovado. Hace poco tiempo mi hija subió una operación para quitarle de la nariz un pequeño tumor benigno. Por teléfono me dijó “me duele mucho la nariz, mamá, y además tira a violeta. Espero que no vaya a tener una nariz como la de Nunuche”. Hablando de broma, le dije “quizás Nunuche ha echado una maldición sobre la casa”.
Aunque no soy superticiosa, prefiero aplazar mi próxima visita a casa de mi hija, hasta que esté segura que el espíritu, y la nariz, de Nunuche se quedan en paz.