Mi tía Maria nunca se cansaba de contarme como me había salvado la piel cuando yo era niña, reaccionando justo a tiempo para impedir a mi hermana de matarme.
Admito que no me extraña la acción, o la reacción, de mi hermana, porque siempre la habia fastidiado. Cuado era bebé en su cochecito, a la sombra de un manzano, le habia llenado la boca de pequeñas manzanas verdes. Tiraba ella misma al verde y una espuma blanca le salia de la boca cuando mi madre salio de la casa y la pusó con las piernas para arriba.
Ni siquiera osaría hablarles del día que la encerré en el granero y corrí hasta la casa para clamar que se había caído en el pozo de la finca. Ni de las mezclas de malas hierbas y de champiñones silvestres que llamaba pasteles y que le daba de comer, afortunadamente sin resulto fatal.
Llovía a mares el día que mi hermana faltó matarme. No podíamos salir y estaba muy aburrida. Ya habia comido en secreto todos los pimientos rojos de la planta que mi abuela habia comprado por navidad , y no sabia que hacer despues. Ademas, estaba harta de ver a mi hermana balanceandose tranquilmente en su pequeña mecedor roja. ¿Porqué no queria jugar conmigo? Acababa de expulsarla de su mecedora ridicula cuando, por primera vez se enfado. Se puso tan roja como la mecedora, que levanto en el aire, de todas sus fuerzas. Estaba a punto de romperla sobre mi cabeza cuando mi tia llego y se la quito de las manos. Todavia hay algo que no comprendo. Cada vez que mi tia me relataba mi rescate, percibia en su voz un tono ambiguo siempre tenia la impresion que, pensandolo bien, habria preferido llegar con atraso.