Para vivir en una isla francesa, hay que aprender las reglas respecto al beso. Ante todo, es preciso saber que más vale evitar el empleo de “baiser” para besar y decir “embrasser”, porque “baiser” quiere decir mucho más que dar un beso. A propósito , cuando mi yerno bautizó su restaurante “Le Feu de Braise” (las ascuas) no había previsto que la esposa siciliana del cocinero, cuando tomaba las reservaciones, prononciaría cada vez “Feu de Baise”. Mi yerno se ponía colorado de vergüenza pero parece que, al contrario, eso estimuló a la clientela, porque vino numerosa.
Es necesario saber, también, que es costumbre dar besos a sus amigos y parientes cada día. Las mujeres besan a las mujeres, los hombres besan a las mujeres, y los hombres se estrechan la mano. (Sin embargo, a veces un hombre da un beso a un hombre, sobre todo un pariente, si se trata por ejemplo de una salida o un regreso de viaje.) Hay que dar uno beso en cada mejilla pero si se trata de una separación larga, es correcto doblar el número.
En cuanto al beseamanos, algo raro, se limita a una mujer casada. A pesar de que los labios del caballero deben detenerse antes de tocar el objetivo; sin duda el mero aliento caliente del galán sería demasiado excitante para una señorita.
La última regla es que de ninguna manera es admissible omitar el beso. Una vez mi hermana salía después de una estancia, y tenía muy poco tiempo para tomar el avión. Como subíamos al taxi, mi cuñado, que se paseaba por la calle, insistió en besar a todo el mundo. Esa detención molestó a mi hermana que preguntó porqué tanta actividad osculatoria era necesaria dadas las circunstancias. La respuesta vino de su niño. No tenía más de quatro años pero la sabiduría, como dicen, sale de boca de los niños. “Mamá”, le dijo, “es una isla francesa.”