Mi abuela siempre se lavaba la cara con un jabón que ya no existe, un jabón para lavar ropa, el jabón SORPRESA. En su caso, la SORPRESA era genial, porque tenía la piel hermosa.
Para su piel, mi madre usaba la crema para la belleza SEGUNDO DEBÚ que ya tampoco existe, y para cocer tartas, usaba CRISCO como manteca de hojaldre. Una vez, escuché a un dermatólogo decir, en la televisión, que pagar caro por los productos de belleza era una estúpidez porque era posible obtener resultados comparables con CRISCO. Por eso, nunca había comprado cremas caras de la vida.
Sin embargo, recientamente leí un artículo poniendo por las nubes los mejoramientos efectivos en los productos de belleza, y decidí (con la ayuda de un espejo) que ya iba siendo tiempo aprovecharme de eses adelantados.
El vendedor debía considerar mi caso grave, porque en primer lugar me recomendó una crema suiza que cuesta más de mille dólares. Por supuesto, no la compré. Compré otra más barata, aunque no tan barata como un libro de CRISCO.
En “tratamiento” (dos veces al día, durante tres meses) me garantizó “regeneración, elasticidad, reestructuración, hidración y protección, (todo salvo la vida eterna). El vendedor me aseguró que usaba la crema él mismo. De verdad, su cutis era impecable, y ya tenía veintrecuatro años.
Al cabo de tres meses esperaba, en vano, un torrente de cumplidos. Pues un día cruzaba (descuidadamente) la calle y un hombre me dijo algo por la ventanilla abierta de su coche. Dió un saltito mi corazón al escuchar el principio de la frase, “Hermos…” pero me cayó al comprender que la frase entera era, “Hermosísimos pequeños pies”.
Como me había pedido, volví a ver al vendedor para ponerle al día. Cuando le informé de mi único piropo, me dijo, “Sin duda ese hombre estaba en fase ascendente, comenzando por sus pies.”
No lo creí, y como ya no existen ni el jabón SORPRESA ni la crema SEGUNDO DEBÚ, me compré medio kilo de CRISCO. Estoy esperando resultados espectaculares, dentro de poco.