Se sabe que hacer compras en París es la mayor ilusión de muchas mujeres. Así, un día en esa ciudad, una amiga mía salió resueltemente para realizar su sueño dorado.
Entre paréntesis, mi amiga es una real hembra, alta y bien formada. Pero no bien entró a una tienda de moda cuando un esqueleto que pasaba por ser una vendedora le dijo bruscamente : “Aquí, señora, no se venden tallas grandes.”
Es verdad que mi amiga no se parece a la mujer en ese anuncio para cereales que es tan flaca que no puede “pinch an inch” de carnes. Pero ahora la pobre se sentía como una mujer capaz de “Yank a Yard™.” Dejó la tienda muy desanimada.
No obstante armándose de valor, se aventuró hasta una zapatería, pensando que allá sería al abrigo de observaciones sobre sus dimensiones. Al entrar, pidió a un empleado que le mostrara un par de zapatos número treintaseis y medio, porque para ser una mujer alta, tiene los pies bastante pequeños. El dependiente, un hombre con aire suficiente, la revisó de la cabeza a los pies y dictaminó : “seguramente, la señora no calza un número tan pequeño”. Pues habló bajo con los otros vendedores, que todos soltaron la carcajada.
De esa manera, una percha ambulante y un sabelotodo suficiente hicieron pedazos el sueño dorado de mi amiga. Había salido de compras una mujer atractiva y elegante; volvió a casa hecha una mujer obesa, con los pies tan risiblemente pequeños que apenas podían sostener su peso enorme.