“No digas a tu padre cuanto he pagado por esto”, solía decirme mi madre. Lo he oído montones de veces. Sin duda era sobre todo para no escandalizarle, pero creo que había otra razón, – que divertía mucho a mi madre engañar a mi padre. También creo que su ejemplo es digno de imitación.
Así, aunque mi hijo nunca se meta en mis asuntos, no quisiera que me tomara por una gastadora, y trato de ocultarle la cantidad de mis compras y los precios. No todaviía tengo éxito : durante un viaje que hicimos juntos, en navidad, envió postales a toda la familia. Pero en vez de escribir sobre esas postales, había dibujado una pequeña mujer, los brazos llenos de paquetes, delante de una hilera de tiendas. Sin embargo, no me había dicho palabra.
Al volver de este viaje, me dolía tanto el pulgar que tuve que sufrir tratamientos diversos : fricciones, ultrasonido, aún acupuntura. Al fin dos inyecciones de cortisona me liberaron de este dolor atroz.
El médico me había dicho que mi problema se llamaba “pulgar gatillo”, que siempre llega de una acción repetida muchas veces. “No toco el piano, no me sirvo del computador [es la verdad, nota del transcriptor], no tejo a punto de aguja. Para mí es un misterio”, dije a mi hijo, que al principio no respondió.
Pues, “una acción repetida”, me dijo este sinvergüenza, “no hay que romperte la cabeza. Es la acción de pulsar los botones para sacar dinero de los distribuidores automáticos.
Después de todo, no es tan fácil engañar a un hombre.