Según la escritora Erma Bombek, cuando cenaba con su marido en un restaurante, a veces no podían encontrar asuntos de conversación. Para ocultar ese hecho a los otros comensales solía contar a su marido, con mucha vivacidad, la historia de Rubiales y los tres osos.
Para la fiesta de la madre, mi hijo me invitó a cenar en un resaurante indio. Camino allá visitamos una librería donde venden libros raros. El dependiente, muy desconfiado, nunca nos perdía de vista, una vista además muy antipática. Sólo el gato, un gato de tres piernas, era simpático. Parecía tener mucho afán de cariño, lo que no me sorprendía, con un dueño semejante. Cuando salimos, trató de seguirnos, maullando tristemente.
En el restaurante mi hijo se dio cuenta que a causa del gato estaba de un humor de perros, preguntándome si el pobre no estaba muy solitario y aburrido. Para alegrarme decidió inventar un relato con detalles estrafalarios. Me aseguró, por ejemplo, que ese gato recibía cada día terapia en una clínica para gatos, donde los otros felinos le animaban, y aplaudían sus esfuerzos. Todos también estaban muy impresionados por su increíble habilidad sobre las paralelas.
No sé si el marido de Erma Bombeck se divertía o estaba harto de escuchar, en restaurantes, la historia de Rubiales y los tres osos, pero yo ahora comenzaba a cobrar ánimo, aun sonreía. Pues solté una carcajada cuando mi hijo terminó por decirme que en efecto sabía que ese gato soñana con ser el primer gato en subir al monte Everest, o al menos (porque hoy en día escalarlo es casi una proeza banal) el primer gato de tres piernas en hacerlo.