Antes de la llegada de la pareja infernal, no ocurrió nada de destacado en el décimo piso del edificio en donde vivo.
Sólo hubo antes el incidente del brazo. Debo decirles que en cada apartamento hay una apertura baja, para el correo. Un día, en el pasillo, vi un brazo macho saliendo de una de estas aperturas, en el apartamento de al lado. Eso me asustó un momento, pero rápidamente me di cuenta que era un brazo de plástico y seguí mi camino, como de nada. Pero, cuando volví de compras, el pasillo del décimo piso pululaba de gente. Algunas vecinas, menos observadores que su escritura astuta y modesta, habían llamado a la policía, que se contentó con mandar al bromista que dejara sus bromas pesadas. Todo volvió al normal en el décimo piso.
Entonces un día llegó la pareja infernal, que escuchaba música muy fuerte, aun a las altas horas de la noche, así impidiendo a todo el mundo de dormir. Solamente sus riñas continuas era más ruidosas que la música y algunos residentes estaban al punto de mudarse del edificio, cuando otro, un cura jesuita, decidió encargarse de la situación. Tan bien sucedió que la proprietaria del edificio envió a la pareja infernal un orden de desalojo.
El día de su salida, la pareja dió la guerra al cura. En cuanto llegó el cura de su oficina, la mujer gritó : “¿Estás contento, padre ?”, poniendo enfásis sobre “padre”. Continuó : “¿Dónde está tu caridad christiana ? Terminó la guerra verbal por gritar en sus espaldas : “hijo de puta”. Pues echaron perros al cura, o más bien le echaron su gato. Es increíble el ruido que puede hacer un gato corriendo en un pasillo, sobre todo si su dueña está animandolo con golpes sobre un sartén. Una vez el cura en su apartamento, el marido dió unos paseos muy rápidos por el pasillo, en bicicleta.
Finalmente se terminó la guerra boba y se mudó la pareja infernal. Ahora reinan en el décimo piso la paz y el silencio, – y el aburrimiento. Pero, no me tomen en serio. De cierto no quiero ver a otra pareja infernal, y un día de mudanza semejante me basta por la vida.