Es de origen siciliano, el cocinero que contrató mi yerno por su nuevo restaurante en la isla francesa. Al llegar, Natale no sabía nada ni del clima ni del tamaño de la isla. Comenzó a darse cuenta que la isla es pequeña cuando los aduaneros y los agentes de la inmigración le dijeron : “Pase. Pase. Debe ser el cocinero.” Pues, al salir del aeropuerto, pidió : “¿ Dónde se halla la ciudad ?” Mi yerno respondió con un gesto de la mano en dirección de la pequeña aglomeración de casas que Natale habiá tomado por las afueras.
No es un hombre taciturno, Natale, más bien es hablador, y poco a poco mi yerno aprendió mucho sobre su vida, una vida muy agitada, que digamos. Se ha casado cinco veces, tiene siete hijos, y su mujet actual es su prima hermana. Ella tiene viente años, su hijo dos años, y Natale quarenta y dos. Según él ha sido guardaespaldas, Legionario, y aún prisionero, sin contar cocinero. Se parece a Yves Montand, y es tan cómico como Roberto Begnini. Durante la cena de Navidad divertió a todo el mundo, imitando perfectamente a sus colaboradores; reprodució perfectamente sus gestos, sus expresiones, y sus modos de andar.
Natale pronto se hizo muy popular en la isla, con excepción de cierto hombre suficiente y celoso a quien le gustaba fastidiarle un dia. Dijo a Natale : “Ten cuidado. Con una palabra peudo despedirte de la isla.” Mirandole en los ojos, Natale le contestó : “Sin duda, tienes razón. Pero al día siguiente, con una llamada por teléfono, peudo hacerte despachar de la vida.” No sabía si debia tomarle en serio, pero se paró de fastidiarle.
El día que salimos de la isla, mi hijo desayunó una ensalada y “la pizza Natale”. Como debíamos estar en el aeropuerto a la una y media, le rogé que se diera prisa y que dejara una porción de la pizza enorme. “¿Estas loca ?” me respondió “No voy a dejar una pizza que es la especialidad de este cocinero siciliano. Tengo ganas de seguir viviente.” Y no dejó ni siquiera una migaja de pizza en el plato.