Cuando salgo a solas sigo mi camino casi invisible, como la mayoría de las mujeres de cierta edad. Pero cuando salgo con mi hija, joven y hermosa, todo el mundo – sobre todo, los varones – se deshace en atenciones con nosotros. Sin embargo, mi hija insiste que esta atención no es para ella, sinon para su madre.
Estaba segura que tendría que adminitir la verdad después de lo del ginger ale. Eso ocurrió en el avión de San Francisco a Toronto, cuando la azafata preocupada me empapó la falda y el asiento entero de ginger ale y, pese a mi grito sorprendido, se fue como si nada. (Ya era invisible y también inaudible) Tuve que correr tras ella para decirle lo que había hecho. Al fin, nos envió, para arreglar las cosas, un joven mayordomo. “Venga conmigo”, dijo este suavemente a mi hija. “Voy a quitarle las manchas de la falda por medio de fricciones con agua de soda” Cuando protesté que esto era una manera extraña de quitar las manchas de mi falda a mí, se puso pálido y balbuceó : ” En este caso, voy a darle un vale para la limpieza en seco.”
Pobre de mí – rechazada y despreciada de nuevo. Mas, con gran presencia de ánimo, mi hija me dijo : “Tu ves, mamá, cuando creía que se trataba de mí, el mayordomo no ha hecho gran caso de este incidente, pero para tí, lo ha tomado en serio.”
Así pude volver a sentirme visible y aún valiosa, al menos a los ojos parciales de mi hija, y para mí eso basta.