Cuando era tan joven y ingenua como Nancy, Tomé un coche-cama de Madrid hasta Paris. Me asombré descubrir que mi litera consistía en un banco y una manta; aun más me asombré que la otra persona en mi compartimiento era un hombre. Antes de acostarnos (cada uno en su banco, por supuesto, pero a alcanze de brazo) me pidió si no iba a desvestirme un poco, pero me apresuré a segurarle que siempre dormía vestida de jorada, para ganar tiempo. Fue mi único viaje “A lo español” hasta un viaje con mi hermana a la ciudad de México.
Allí un guía nos habló del muy poco tiempo que un canario podría vivir en el centro de la ciudad, debido a la contaminación. No me acuerdo si se trataba de horas o aún minutos, pero pensaba en ese canario el día que tomamos une de eses taxis Volkswagen, amarillo como él. Estaba segura que no tardaríamos en morir nosotras mismas, no por la contaminación, sino por el miedo, mientras íbamos volando locamente, rezando y virando los ojos, hasta la estación de autobuses. Y en el autobús para Cuernavaca, creía que íbamos a estirar la pata como ese canario cuando nuestro chófer se puso a competir de velocidad con otros autobuses. Aunque sobreviví, creo que el miedo afectó a mi cerebro, porque en Cuernavaca pedí limonada con hielo, y cuando mi hermana me recordó el peligro de microbios en el hielo, insistí :
“no es grave, porque voy a beber con una pajita”.
Regresamos a San Francisco en un avión de aérea Méxicana. Al momento del despegue, cada azafata interrompió su trabájo, el de flirtear con los pasajeros, y hizo la señal de la cruz. ¿ Sabían algo que yo no sabía ? Me quedé en alerta continua durante el vuelo entero. Al verme en el aeropuerto, mi cuñado preguntó : ¿ Que te ha pasado ? Estás tan blanca como una sábana.” No sé porqué pareció perturbado cuando le dije de manera críptica, “creo que quieres decir tan amarilla como un canario.”