En el pasado , cada vez que visitaba San Francisco, sentía allá un choque cultural. Esta última vez, al contrario, todo me parecía anormalmente normal.
Por supesto, los “hippies”, ya casi no existen. (Algunos están fabricando “pots” o cerámica en vez de fumar “pot”). Han cedido el paso a los dotcommers, que ganan y gastan muchísmo dinero. Por su culpa el alquiler de pisos, teatros, estudios y talleres de artistas están por las nubes. Hasta el barrio Missión, un barrio bohemio, se está emburguesando, porque poderoso caballero es don Dinero.
Se me olvidaba que sin embargo ocurrió una cosa extraña: una mañana mi yerno se despertó con un pelo largo creciendo de su oreja. Decidimos que debía ser el resultado de la luna llena o tal vez la fecha – viernes el trece. Pues me dije que si comenzábamos a pensar de ese modo, era tiempo de irnos.
El día de nuestra salida, había tanto viente que telefoneé al aeropuerto para asegurarme que no habían suspendido nuestro vuelo. Antes, habría estando para morirme de risa al escuchar la respuesta: “Nada anormal en San Francisco.” Ahora me parecía la triste verdad.
El día después de volver a Toronto, vi a un hombre en la calle hablando con una mujer de plástica (que no le respondía), y otro hombre llevando un osito de peluche en el extremo de su corbata.
¡Menos mal! Me alegro de saber que, si la ciudad de San Francisco se ha vuelto más sobria, todavía se encuentren en Toronto cosas fuera de lo común.