Un mapa Náutico de las islas franceses muestra seis cientos naufragios desde 1816. (De los años antes, no se sabe nada.) Aunque es algo muy triste un naufragio, los dos casos siguientes podrían ser temas de óperas cómicas.
Era un día de niebla en 1963 cuando el barco de carga Transpacific varó en “la Isla de los Marineros” en el puerto de San Pedro. Hundío, pero muy lentamente y no por completo, porque su proa enorme todavía está apoyada en sa isla. Cuando fracasaron todos esfuerzos para salvarlo, el capitán, tras organizar una gran cena (no sé lo que festejaba), abandonó el barco. Ahora, según los derechos marítimos, la carga estaba a la disposición de cualquiera, y no tardaron los isleños en empilarla en setenta de sus propias barcas. Tomaron mercancias de toda clase, incluido conservas, manteles, plata y porcelana, como si fuera Navidad al mes de mayo.
Algunas cosas tomadas resultaron ser decepionantes. Las máquinas de discos no sirvieron para nada, por falta de moneda alemán; los dos cientos cortacéspedes sirvieron muy poco porque no había muchos céspedes en la isla. Y un hombre desafortunado trató de pintar su casa con pintura blanca que resultó ser leche condensada.
El segundo naufragio era, indirectamente, la culpa de mi marido, que en aquel entonces era maquinista en jefe en un barco de pesca. Hombre ingenioso, llevaba alrededor del cuello un imán muy grande, que utilisaba para recoger utensilios fuera de alcance, que se habían caído al suelo debajo de las máquinas. Pero como no trabajaba en el verano, prestó ese imán a un amigo, que era maquinista en el ferry navegando entre la isla y Terranova.
Era otra vez un día de niebla muy espesa cuando, al salir de San Pedro, el amigo dejó a sus subordinarios encargados de las máquinas y subió hasta la cubierta para ver a un importante político francés que iba a tomar el avión desde Terranova hasta Francia. Poco tiempo después de su llegada sobre la cubierta, se varó el ferry en una isleta que contenía un faro. Debido a la niebla, no había visto el navegador esa isleta. Pero la verdadera causa del naufragio era el imán que, olvidado alrededor del cuello del maquinista, había falsificado las indicaciones de la brújela, sobre el puente de mando.
Por suerte, todo el mundo fue salvado, incluido el político, que sin duda nunca olvidó su salida de la isla de San Pedro, o más bien su tentativa de salir.