Aunque no tengo ningún talento artístico, una obra mía se halla, o al menos se hallaba en el museo d’Orsay en Paris.
En año pasado, en Navidad, visité ese museo con una amiga. Tras dos horas mirando los cuadros, decidimos tomar refrescos en el restaurante del museo, un restaurante bastante lujoso, con camareros soberbios. Allí, mi amiga, tratando de ver el techo pintado, se dobló hacia atrás y, con un ruido atronador, se cayó de su silla. “Vámonos,” le dije, “porque me estas dando verguënza”.
Tras pasar por los servicios, subíamos la escalera cuando sentí algo de duro en el collar del abrigo que llevaba entre las manos. Era un rollo de papel higiénico. Me recordé lo haber visto en el gancho donde había colocado mi abrigo en los retretes. Se echando a reírse, mi amiga me dijo : “Ahora te toca a ti de darme verguënza. Al menos yo no robo papel higiénico en los edificios públicos.” Me reía yo misma, pero se quedaba el problema de cómo deshacerme de mi botín inesperado. Las paredes de la escalera eran altas y lisas; mas, afortunadamente, reparé en un pequeño nicho que contenía un extintor de fuego. Metí mi cargo delicadamente al lado del extintor. Y, misión cumplida, nos largamos.
A veces trato de imaginarme la reacción de los otros visitantes al museo esa tarde, al ver juntos esos dos objetos dispares. ¿ Los han tomado por una muestra de arte moderno ? De verdad, en varias exposiciones de arte moderno he visto cosas aún más extrañas.