En la isla francesa, el habla era salpicada de modismos basados en la vida marina. Una mujer que iba a la peluquería para ponerse bella, podría decir, “voy a subirme al dique seco”, – como un barco. Atar los cordónes de sus zapatos era echarles anclas, y cuando mi marido compraba calzoncillos de la marca Pequeño Barco, especificía, “para bodega de carga grande”.
Tambíen el habla, o el habla de muchos varones, era salpicada de palabrotas. A fuerza de escucharlas, yo, que nunca en la vida había soltado peor que “¡Demonio!”, me pusé a repetir esas palabrotas hasta mi marido me explicó que la mayoría trataba de órganos que y no poseía. Pues dejé de repitarlas como un lorro.
En cambio, y no sé porque, me acostumbré a decir, “Goddamn it”. Me pidió mi mario que dejara esa mala costumbre estando los niños delante, pero no podía. Al mismo tiempo mi hijo comenzó a soltar palabrotas que había aprendido en la calle. Le ordenó su padre que parara, pero no bien apoyó su causa al decirle, “deja de hablar como un verduljero, pequeño coño.” Decididamente, la situación iba de mal en peor, y solamente mi hija hablaba de manera correcta. Admito que cuando cantaba el villancico Los Doce Días de Navidad, en vez de “Five golden rings” cantaba “Five Goddamn rings”, pero me dije que era únicamente un error divertido.
Llegó el día en el cual mi hija debía ir a la escuela por primera vez. Tenía cuatro años (si, comienzan la escuela de muy joven en Francia), y mientras le lavaba la cara, le dije en broma, “¿Qúe diría la religiosa si fuera a la escuela con la cara sucia ?” Me miró inocentemente y preguntó, “¿ Diría ella Goddamn it?”
Decidí perder inmediatamente y de una vez, mi mala costumbre. Tenía vergüencia. Además, siendo mis hijos ahora tan grandes, acababa de solicitar un puesto en el Colegio de las religiosas, y ¿Qué pensarían si escucharan a mi hija decir, “Goddamn it” ?