Hasta la fecha mi yerno nunca había encontrado a su tió político en California. En el aeropuerto se dieron un abrazo y unas palmadas en el hombro, pero entonces se quedaron callados, porque mi yerno no habla inglés, y mi cuñado no habla francés. ¿En las circonstancias, cómo iban a trabar amistad?
Se me olvidaba la vinculación masculina, que entró en acción frente al problema de cómo colocar todo el equipaje en la pequeña maletera. Una vez ese problema resuelto, se veía que los dos hombres estaban admirando (en silencio) su maestría mutua de la geometría spacial. Mi yerno había entrado con buen pie.
Aparte de eso, cuando supieron que ambos estaban muy aficionados a la pesca, se hicieron verdaderos hermanos de sangre. La noche anterior a nuestra salida de California, mi cuñado se fue a pasar una semana en una barca de pesca. El dolor de la separación de los nuevos amigos era tan angustioso que mi yerno intentó alegrar a su tío triste, y por eso le contó la anécdota siguiente.
Un pescador de sardinas, de Marsella, fastidiaba tanto a sus compañeros con sus exageraciones sobre el tamaño de las sardinas que cogía, que un día le ataron las muñecas con una cuerda, pensando así impedirle separar las manos para indicar las dimensiones de su más reciente captura. Pero el pescador, juntando los pulgares y los índices, formó un gran circulo y cacareó : “Esta mañana saqué del agua una sardina con un ojo asi de grande.”
Mi cuñado se secó sus proprios ojos y se fue risueño, con una historia que podría contar a los otros hombres en la barca, o, porque a veces también hay mujeres a bordo, los otros “fishers”, en lenguaje políticamente correcto.