No hay que decir que existen muchas diferencias entre la reina de Inglaterra y yo. Por ejemplo, nunca llevo una tiara. Además , la reina es buena caballera. En cuanto a mí, la primera y última vez que monté a caballo me caí y me rompí la clavícula. Ahora no me gustan los caballos.
Quiero acentuar nuestras diferencias porque en dos etapas de mi vida, alguien me ha dicho: “se parece a la reina.” La primera persona era un estudiante y su comentario no me disgustó más de la cuenta porque en esa época la reina ya era bastante atractiva. La segunda persona era una joven mujer en el metro. Esa vez la observación me decontentó mucho, porque la misma semana había visto en el periódico un retrato de la reina que había hecho escándolo. En ese retrato la reina tenía la cara tan cansada y las manos tan ásperas y arrugadas que se parecía a una vieja trabajadora.
Acabo de aprender que la reina va a posar para un retrato por Lucien Freud, y eso me preocupa mucho. Hoy en día según un crítico de la pintura, la cara de la reina es bastante peñascosa para interesar a Freud. Por haber visto una exposición de sus obras, sé perfectamente lo que quiere decir ese crítico. Freud es un pintor que no cuida a sus modelos. Los escoge feos y los pinta “verrugas y todo.” Me da terror que una vez el retrato terminado, una tercera persona (como todo ocurre por tres veces) me dirá : “se parece a la reina.” Lo espero como el toro espera el golpe de gracia.
Quizás es para desviar el golpe que estoy poniendo énfasis sobre las diferencias entre la reina y to. Así repito que a mí no me gustan los caballos, aunque a la reina le gustan más que sus propios hijos. Hasta su marido ha dicho : ” Si no come hierba y no aerea mucho, no interesa en absoluto a la reina.”