Mis parientes políticos en la isla francesca tenían una manía : nunca tiraban nada. En efecto, eran maníaticos por cosas viejas.
Una cuñada, que vivía en la casa de al lado, guardaba casi todo. Cuanto a las cosas que ya no servían para nada, pero que no podía resignarse a tirar, las regalaba a mis niños. Por supuesto, ninguno de sus jugutes podía rivalizar con los regalos de su tía; por ejemplo, una docena de viejos despertadores que les encantaron “reparar”, o más bien desmontar y destrozar.
Otra cuñada vivía en Paris, en un apartamento suntuoso, con techos sumamente altos, adornados de oro en panes. Por suerte eran altos los techos, porque había acumulado bastante viejos objetos, sin hablar de periódicos y revistas, para alcanzar techos bajos.
Quiso la suerte que mi marido también padecía la enfermedad familiar, que se contagió de joven. De muchacho, solía hurgar en los desperdicos, camino a la escuela, y con el botín montó una vez un sistema para iluminar el interior de su pupitre, al levantar la tapa. Me enteré de esa proeza mecánica por su antiguo maestro de escuela, el mismo cura que nos había cansado, (sin advertirme de esa peculiaridad).
Después de casarnos, pusimos casas en el vetusto y rechinadoro domicilio familiar, construido en parte con madera salvada de bariles de whisky del époco de Al Capone y la prohibición. Para colmo de desgracias, mi media naranja traer a casa objetos (un ábaco, un jarrón) encontrados en el depósito municipal, llamdo por los isleños “La Dompe” y más tarde, por mis hijos, “la tienda de papá”.
En este momento, tengo un ojo echado a mi hijo, cuyo cuarto ya está atestado de periódicos y revistas. Pero lo que más me inquieta es que a menudo compra artículos (kepis franceses, matrículas de coche) en esa venta de almohada en el Internet, ebay. A mi modo de ver, ebay es ni más ni menos una versión electrónica de “La Dompe”.
Así lo estoy vigilando, pero pienso (o temo) que esa manía es genética: es decir de tal palo (y de tal familia) tal astillo.