Los adolescentes suelen avergonzarse de sus padres cuando llaman la atención a sí mismos. Aunque no habían dicho nada hasta la fecha, sabía que mis hijos no siempre daban el visto bueno a mi seleccíon de accesorios, y durante una estancia en París, ya no se mordieron la lengua.
De buenas a primeras, mi hija se metió en la cabeza que mis guantes, por su dibujo de patas de gato, me ponían en ridículo. Después, no quería salir conmigo cuando llevaba un pañuelo plástico sobre la cabeza, debido a la lluvia, y no cambió de opinión aun cuando una joven parisién elegante me preguntó dónde podría comprar un pañuelo semejante. Al fin, cedí y me compré un sombrero impermeable. Pero ahora, según mi hija, me parecía a una vaquera. No podía contentarla.
Ellos no sabían que al mismo tiempo que compré el sombrero, también compré una bufanda con flores amarillas, tan amarillas como los girasoles de Van Gogh. No se trataba de flores pintadas, sino de flores en tres dimensiones, y para no aplastar esas flores, había cogido la bufanda sobre una pantalla de lámpara. Una tarde la puse (la bufanda, no la pantella de lámpara) con un traje de chaqueta negro, para ir al teatro. Esa vez tocó a mi hijo rebelarse. Debía creer que la bufanda formaba parte integrante del decorado del hotel, porque me mandó que la devolviera en su sitio. Pero esa vez no cedí. Llevé mi bufanda y por los vistazos (o los visajeros, según mi hijo) que me echaba la gente, me parecía que mi bufanda fue un éxito. En efecto la acomodadora no pudo dejar de clavar los ojos en ella. Estaba segura que quería felicitarme, y se dominó solamente porque eso no se hace. (Según mi hijo, más bien contuvía las ganas de reír.)
Según un artículo que acabo de leer en la revista “The New Yorker”, la duquesa de Devonshire, en el siglo diez y ocho, solía llevar “sombreros que se alzaban a veces hasta tres pies por encima de la cabeza, con en el alto un buque a todo trapo o una escena pastoral con ovejas y árboles”. Yo no iría hasta allí porque, por ser muy pequeña, me parecería a un sombrero con piernas. Además aunque me gusta un poco de fantasia en los accesorios, eso me parece extravagante, y me pregunto lo que han dicho sus hijos.