De niña, solía jugar con otra niña que poseía una muñeca muy grande. Un día, como se hacía tarde, su madre le dijo : “Entra ahora, querida, y trae contigo tu muñeca.” Pero aquel día no habíamos sacado la muñeca de la casa, y la madre hablaba de mí.
De adolescente, tuve que aguantar preguntas bobas tal como : “¿Cuándo vas a decidirte a crecer?” Siento ahora haber perdido tantas ocasiones de responder : “Cuando las ranas críen pelo, o sea cuando a usted le sale un cerebro.”
De adulta, fui una noche a un cabaret en Madrid, y allá me fijé en una menuda dama en otra mesa. Al levantarse de la mesa, probablemente para arreglarse en los retretes, me miró compasiva. Nos entendíamos sin palabras, como una sola mujer.
Tras un entreacto, apareció sobre el estrado una cantante, – una mujer alta e impresionante, con un peinado altísimo, un largo vestido negro, y zapatos con tacones de aguja. Ya había cantado dos canciones antes de que me diera cuenta de que era la mismísima mujer de la otra mesa. Así las mujeres, tal como un fullero, a veces tienen una carte en la manga, – o más bien sobre la cabeza o en los pies. ¡Ay de mí! No puedo jugar esa carta sin mucho más pelos que, tal como las ranas arriba, no puedo criar. También no podría dar un paso calzando zapatos con tacones tan altos, sin caerme al suelo, o aun desnucarme.
Sin embargo, tengo un triunfo en la mano : por ser pequeña, tengo cabida en sitios muy exiguos. Ese triunfo viene bien, por ejemplo, en ascensores llenos y en botes salvavivas. Además, si fuera necesario, podría gagnarme la vida como jockey o como deshollinadora. Hay que aprovechar bien sus ventajas, ¿ Verdad?