Cuando todas las caras en la pantalla de mi televisor se volvieron verdes, admití al fin que era el momente en que convenía comprar un nuevo aparato. Soñaba con un aparato con sonido envolvente pero, al ver el precio, cambié de idea.
Para inaugurar la nueva adquisición decidí mirar, con mi hijo, un vídeo de Macbeth de Shakespeare. Es una obra que he enseñado tantas veces que no tengo que consultar el texto, y no me di cuenta de que estaba murmurando cada línea junto con los actores hasta que mi hijo se volvió contra mí, exclamando : “¿No me dijiste que esta televisión no está dotada de sonido envolvente?”
Se me olvidando que mi manía de citaciones le saca de juico, replicé con una citación tomada de MacBeth (la misma que un estudiante me había soltado un día cuando no había hecho sus tareas) : “thou canst not say I did it : never shake thy gory locks at me.”
Sin dignarse a responder, se puso a mirar las noticias. Como otra cosa que se le crispa los nervios es mi hábito de hacer, en voz alta, en ese momento, observaciones sobre cosas importantes, – tal el peinado o el estilo vestimentario de la presentadora – esa tarde me dije que más valdría quedarme silenciosa.
Por supesto, no pude seguir mucho tiempo así, y dentro de poco volví a mi costumbre de hacer comentarios altos. Aunque mi hijo me miraba como si fuera una de las brujas en Macbeth, hice mucho más observaciones que nunca.
Esa voz suplementaria (aun cuando fuera la mía) me produje la impresión que tenía mi deseada televisión con sonido envolvente y todo. Además era mi hij que, sin ganas, me habia metido la idea en la cabeza.