No soy de talla para rivalisar con Imelda Marcos, pero me gusta mucho el calzado. El problema es que no puedo encontrar mi número, con excepción de marcas caras.
Una vez, en San Francisco, me compré un par de zapatos de la marca Bruno Magli. Ahora, por primera vez, voy a revelar el precio : tres cientos dólares americanos. Al otro lado, creo que le saqué jugo al dinero, dado que los calcé durante ocho años.
Otra vez iba a cenar a un restaurante con mi hija, y pasamos cerca de una zapatería muy carera en la calle Bloor. Ese día un letrero en el escaparate prometía : “pequeños números – grandes rebajas.” Cedé a la tentación y entré. El dependiente, Joseph, era un hombre entusiasta ; cada par de zapatos que probaba – Y eran numerosos – le parecía “Yummy”, o de rechupete. A su aviso, el más yummy era un par de zapatos de la marca Fendi, con rebaja de cincuenta porciento. No sé de dónde encontré la fuerza, pero no los compré.
Al salir, pedí a mi hija si le gustaría tomar una copa antes de cenar, porque todavía era temprano. “No, no puedo esperar”, me respondió. “Al escuchar tantas veces “Yummy”; tengo el estómago en los pies.” Y fuimos a cenar, sin los zapatos Fendí. Pero al día siguiente, volví a la zapatería para comprarlos. De esa manera, podía decirme que había consultado la almohada, para calmar mi conciencia.
De verdad, mis zapatos Fendi parecen muy yummy. Creo que en caso de necesidad, podría comerlos levemente salteados, quizás con una salsa de vino tinto, y algunos champiñones. Sin duda serían más sabrosos que lo que comí el día en que compré los zapatos Bruno Magli.
Aquel día, sentada en un banco en el parque Union en San Francisco, almorcé un sándwich pasado, para economizar dinero, mientras cobraba bastante ánimo para gastar tanto en zapatos. Espero calzar los zapatos Fendi tanto tiempo como calcé los zapatos Bruno Magli, porque eso es la sóla manera de recuperar los fundos invertidos.