Antes, me gustaba el rojo, pero hoy en día creo que ese color me trae mala suerte.
Llevaba un vestido rojo vivo la noche que iba a salir por primera vez con mi marido futuro (que todavía no sabía su destino). ¡Esa noche me dejó plantada! Al día siguiente, me explicó, con la cara muy roja, que se había quedado dormido. Perdoné esa ofensa sin paraleo solamente porque ya tenía para él proyectos a largo plazo: pensaba darle caza hasta que me cogiera.
El primer año que hice la clase me compré un abrigo de color escarlata, de corte raro. Como el fondo era muy estrecho, aunque el abrigo era amplio, me hacía parecerme a un barril. Tambien tenía dos atarduras largas que se caían del cuello. Un día salí de la escuela por una puerta de seguridad, y pillé una de las atarduras en la puerta, que no se abría desde el exterior. Después de unos momentos muy largos, apareció y me liberó el director del liceo, que sin duda estaba preguntándose si no se había equivocado gravemente al contratar como profesora un barril con atarduras que, para colmo, no sabía pasar una puerta.
Hice una vez una compra impulsiva, – un vestido rojo cereza, muy ajustado. Una tarde estaba a punto de ponermelo para ir a cenar a un restaurante de cinco estrellas en San Francisco cuando, de repente, me doblé de dolores de estómago, y el vientre se me hinchó tal como el vientre de una mujer embarazada de ocho meses. Claro, tuvimos que cancelar la cena, que iba a ser el momento culminante de mi visita. Y estoy segura que tenía la culpa de esos dolores una ensalada de col cruda que había almorzado, – col roja, naturalmente.
Pintó Picasso un retrato famoso titulado Mujer Llorando. Ne sé la causa de sus lágrimas, pero su sombrero es rojo, y sé por amargas experiencias personales que el rojo es un color nefasto. Además ese retrato representa a perfecto mi reacción para con esos tres incidentes tirados de mi etapa roja.