Si no hay niebla, se puede ver, desde la isla francesa, la península Burin de Terranova. Aunque los habitantes de las islas no hablan el mismo idioma, son muy buenos vecinos. Sus equipos de hockey, fútbol, y karate hacen competencias amistosas. A veces una mujer “Newfie” se casa con un isleño. Y los marineros siempre han prestado socorro unos a otros en caso de urgencias en el mar.
Una noche, tras preparar cursos sobre las leyes de la probabilidad para sus clases de matemáticas, mi hijo fue a un bar “Irlandes” aquí en Toronto, donde le gusta la música y no le disgusta la cerveza. Cuando entraron al bar unos varones de Terranova – y, para colmo del pueblo de Fortune, donde acuesta el Ferry Francés – por supesto, entabló una conversación con sus “vecinos”, tan lejos, igual que él, de su lugar de nacimiento.
Ya habían charlando un buen rato cuando une de eses varones, algo bebido le preguntó si conocóa el la isla a un hombre llamado Clem Cusick. Al recibir una repuesta afirmativa, golpeó la mesa y declaró, “Pues viene a menudo a Fortune por el ferry, y está husmeando alrededor de mi hermana. Dile que si continuas, voy a darle puñetazos, porque no lo puedo ver ni en pintura.” Como ese hombre ahora sulfureaba, mi hijo tuvo a bien terminar su cerveza y despedirse, antes de ser víctima él mismo de unos puñetazos ilustrativos.
Mientras regresaba a casa a pie, tratô, por deformación profesional, de aplicar las leyes de la probabilidad a ese encuentro. Decidió que tropezar con unos hombres de Fortune en un bar “Irlandés” en Toronto no era de nada improbable, dado que el mundo es un pañuelo. Sin embargo, quedar encargado por uno de enviar un mensaje amenazador a un habitante de la isla ajena le parecía muy en contra de esas leyes. Para terminar, calculó que la probabilidad que enviaría ese mensaje era cero absoluto. Como lo conocía, Clem – un hombre muy cobarde, que no dice ni mu – tendría, según toda probabilidad, un ataque de nervios, o aun un ataque cardíaca.